enero 14, 2008

EL BAUTISMO DEL SEÑOR


El domingo que sigue a la fiesta de la Epifanía, dedicado a celebrar el bautismo de Cristo, señala la culminación de todo el ciclo natalicio o de la manifestación del Señor. Es también el domingo que da paso al tiempo durante el año, llamado también tiempo ordinario.

Hay que felicitarse por esta fiesta, que ha venido a enriquecer notablemente el ya de por sí denso tiempo de Navidad-Epifanía. El significado del bautismo del Señor, múltiple y variado, pues mira no sólo al hecho en sí, sino también a su trascendencia para nosotros, se centra en lo que tiene de epifanía y manifestación:
Señor, Dios nuestro,
cuyo Hijo asumió la realidad de nuestra carne
para manifestársenos,
te rogamos poder transformarnos
internamente a imagen de aquel que en su humanidad
era igual a nosotros
(col. 2).

El bautismo de Jesús, proclamado cada año según un evangelista sinóptico, es revelación de la condición mesiánica del Siervo del Señor, sobre el que va a reposar el Espíritu Santo (cf. Is 42, 1-4.6-7: 1ª lect.) y que ha sido ungido con vistas a su misión redentora (cf. Hech 10,34-38: 2ªlect.). Ese Siervo, con su mansedumbre, demostrada en su manera de actuar, es (cf. Is 42, 1-9; 49, 1-9 lect. bíbl. Of. Lect). dice San Gregorio Nacianceno comentando la escena (lect. patr. Of. lect.).

Pero el bautismo de Cristo es revelación también de los efectos de nuestro propio bautismo: (pref.). Jesús entró en el agua para santificarla y hacerla santificadora, <> (SAN GREGORIO N.: ibid.). Esta consagración es el nuevo nacimiento (cf. Jn 3,5), que nos hace hijos adoptivos de Dios (col.; cf. Rom 8,15).

El fruto de esta celebración en nosotros es (posc.; cf. 1 Jn 3,1-2)

Mons. Julián López Martín

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