abril 27, 2007

MENSAJE CON MOTIVO DE LA XLIV JORNADA DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.


Nuevamente publico un mensaje de Su Santidad Benedicto XVI, ahora con motivo de la Jornada de Oración por las Vocaciones. Hermano, Hermana, te invito a orar por más vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales.


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA XLIV JORNADA DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

29 ABRIL 2006 – IV DOMINGO DE PASCUA

Tema: «La vocación al servicio de la Iglesia comunión»

Venerados Hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

La Jornada Mundial de Oración por las vocaciones de cada año ofrece una buena oportunidad para subrayar la importancia de las vocaciones en la vida y en la misión de la Iglesia, e intensificar la oración para que aumenten en número y en calidad. Para la próxima Jornada propongo a la atención de todo el pueblo de Dios este tema, nunca más actual: la vocación al servicio de la Iglesia comunión.

El año pasado, al comenzar un nuevo ciclo de catequesis en las Audiencias generales de los miércoles, dedicado a la relación entre Cristo y la Iglesia, señalé que la primera comunidad cristiana se constituyó, en su núcleo originario, cuando algunos pescadores de Galilea, habiendo encontrado a Jesús, se dejaron cautivar por su mirada, por su voz, y acogieron su apremiante invitación: «Seguidme, os haré pescadores de hombres» (Mc 1, 17; cf Mt 4, 19). En realidad, Dios siempre ha escogido a algunas personas para colaborar de manera más directa con Él en la realización de su plan de salvación. En el Antiguo Testamento al comienzo llamó a Abrahán para formar «un gran pueblo» (Gn 12, 2), y luego a Moisés para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto (cf Ex 3, 10). Designó después a otros personajes, especialmente los profetas, para defender y mantener viva la alianza con su pueblo. En el Nuevo Testamento, Jesús, el Mesías prometido, invitó personalmente a los Apóstoles a estar con él (cf Mc 3, 14) y compartir su misión. En la Última Cena, confiándoles el encargo de perpetuar el memorial de su muerte y resurrección hasta su glorioso retorno al final de los tiempos, dirigió por ellos al Padre esta ardiente invocación: «Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer, para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos, y yo mismo esté con ellos» (Jn 17, 26). La misión de la Iglesia se funda por tanto en una íntima y fiel comunión con Dios.

La Constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II describe la Iglesia como «un pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (n. 4), en el cual se refleja el misterio mismo de Dios. Esto comporta que en él se refleja el amor trinitario y, gracias a la obra del Espíritu Santo, todos sus miembros forman «un solo cuerpo y un solo espíritu» en Cristo. Sobre todo cuando se congrega para la Eucaristía ese pueblo, orgánicamente estructurado bajo la guía de sus Pastores, vive el misterio de la comunión con Dios y con los hermanos. La Eucaristía es el manantial de aquella unidad eclesial por la que Jesús oró en la vigilia de su pasión: «Padre… que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17, 21). Esa intensa comunión favorece el florecimiento de generosas vocaciones para el servicio de la Iglesia: el corazón del creyente, lleno de amor divino, se ve empujado a dedicarse totalmente a la causa del Reino. Para promover vocaciones es por tanto importante una pastoral atenta al misterio de la Iglesia-comunión, porque quien vive en una comunidad eclesial concorde, corresponsable, atenta, aprende ciertamente con más facilidad a discernir la llamada del Señor. El cuidado de las vocaciones, exige por tanto una constante «educación» para escuchar la voz de Dios, como hizo Elí que ayudó a Samuel a captar lo que Dios le pedía y a realizarlo con prontitud (cf 1 Sam 3, 9). La escucha dócil y fiel sólo puede darse en un clima de íntima comunión con Dios. Que se realiza ante todo en la oración. Según el explícito mandato del Señor, hemos de implorar el don de la vocación en primer lugar rezando incansablemente y juntos al «dueño de la mies». La invitación está en plural: «Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). Esta invitación del Señor se corresponde plenamente con el estilo del «Padrenuestro» (Mt 9, 38), oración que Él nos enseñó y que constituye una «síntesis del todo el Evangelio», según la conocida expresión de Tertuliano (cf De Oratione, 1, 6: CCL 1, 258). En esta perspectiva es iluminadora también otra expresión de Jesús: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial» (Mt 18, 19). El buen Pastor nos invita pues a rezar al Padre celestial, a rezar unidos y con insistencia, para que Él envíe vocaciones al servició de la Iglesia-comunión.

Recogiendo la experiencia pastoral de siglos pasados, el Concilio Vaticano II puso de manifiesto la importancia de educar a los futuros presbíteros en una auténtica comunión eclesial. Leemos a este propósito en Presbyterorum ordinis: «Los presbíteros, ejerciendo según su parte de autoridad el oficio de Cristo Cabeza y Pastor, reúnen, en nombre del obispo, a la familia de Dios, como una fraternidad unánime, y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo» (n. 6). Se hace eco de la afirmación del Concilio, la Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis, subrayando que el sacerdote «es servidor de la Iglesia comunión porque —unido al Obispo y en estrecha relación con el presbiterio— construye la unidad de la comunidad eclesial en la armonía de las diversas vocaciones, carismas y servicios» (n. 16). Es indispensable que en el pueblo cristiano todo ministerio y carisma esté orientado hacia la plena comunión, y el obispo y los presbíteros han de favorecerla en armonía con toda otra vocación y servicio eclesial. Incluso la vida consagrada, por ejemplo, en su proprium está al servicio de esta comunión, como señala la Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata de mi venerado Predecesor Juan Pablo II: «La vida consagrada posee ciertamente el mérito de haber contribuido eficazmente a mantener viva en la Iglesia la exigencia de la fraternidad como confesión de la Trinidad. Con la constante promoción del amor fraterno en la forma de vida común, la vida consagrada pone de manifiesto que la participación en la comunión trinitaria puede transformar las relaciones humanas, creando un nuevo tipo de solidaridad» (n. 41).

En el centro de toda comunidad cristiana está la Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia. Quien se pone al servicio del Evangelio, si vive de la Eucaristía, avanza en el amor a Dios y al prójimo y contribuye así a construir la Iglesia como comunión. Cabe afirmar que «el amor eucarístico» motiva y fundamenta la actividad vocacional de toda la Iglesia, porque como he escrito en la Encíclica Deus caritas est, las vocaciones al sacerdocio y a los otros ministerios y servicios florecen dentro del pueblo de Dios allí donde hay hombres en los cuales Cristo se vislumbra a través de su Palabra, en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía. Y eso porque «en la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana. Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor» (n. 17).

Nos dirigimos, finalmente, a María, que animó la primera comunidad en la que «todos perseveraban unánimes en la oración» (cf Hch 1, 14), para que ayude a la Iglesia a ser en el mundo de hoy icono de la Trinidad, signo elocuente del amor divino a todos los hombres. La Virgen, que respondió con prontitud a la llamada del Padre diciendo: «Aquí está la esclava del Señor» (Lc 1, 38), interceda para que no falten en el pueblo cristiano servidores de la alegría divina: sacerdotes que, en comunión con sus Obispos, anuncien fielmente el Evangelio y celebren los sacramentos, cuidando al pueblo de Dios, y estén dispuestos a evangelizar a toda la humanidad. Que ella consiga que también en nuestro tiempo aumente el número de las personas consagradas, que vayan contracorriente, viviendo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, y den testimonio profético de Cristo y de su mensaje liberador de salvación. Queridos hermanos y hermanas a los que el Señor llama a vocaciones particulares en la Iglesia, quiero encomendaros de manera especial a María, para que ella que comprendió mejor que nadie el sentido de las palabras de Jesús: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 8, 21), os enseñe a escuchar a su divino Hijo. Que os ayude a decir con la vida: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Heb 10, 7). Con estos deseos para cada uno, mi recuerdo especial en la oración y mi bendición de corazón para todos.

Vaticano, 10 de febrero de 2007

BENEDICTO XVI


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abril 13, 2007

MENSAJE URBI ET ORBI PASCUA 2007


Me parece excelente este mensaje de Su Santidad Benedicto XVI, lo leí y creí importante publicarlo en este blog, espero que también a ustedes les diga algo importante.

MENSAJE URBI ET ORBI
DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

PASCUA 2007



Hermanos y hermanas del mundo entero,
¡hombres y mujeres de buena voluntad!

¡Cristo ha resucitado! ¡Paz a vosotros! Se celebra hoy el gran misterio, fundamento de la fe y de la esperanza cristiana: Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha resucitado de entre los muertos al tercer día, según las Escrituras. El anuncio dado por los ángeles, al alba del primer día después del sábado, a Maria la Magdalena y a las mujeres que fueron al sepulcro, lo escuchamos hoy con renovada emoción: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado!” (Lc 24,5-6).

No es difícil imaginar cuales serían, en aquel momento, los sentimientos de estas mujeres: sentimientos de tristeza y desaliento por la muerte de su Señor, sentimientos de incredulidad y estupor ante un hecho demasiado sorprendente para ser verdadero. Sin embargo, la tumba estaba abierta y vacía: ya no estaba el cuerpo. Pedro y Juan, avisados por las mujeres, corrieron al sepulcro y verificaron que ellas tenían razón. La fe de los Apóstoles en Jesús, el Mesías esperado, había sufrido una dura prueba por el escándalo de la cruz. Durante su detención, condena y muerte se habían dispersado, y ahora se encontraban juntos, perplejos y desorientados. Pero el mismo Resucitado se hizo presente ante su sed incrédula de certezas. No fue un sueño, ni ilusión o imaginación subjetiva aquel encuentro; fue una experiencia verdadera, aunque inesperada y justo por esto particularmente conmovedora. “Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros»” (Jn 20,19).

Ante aquellas palabras, se reavivó la fe casi apagada en sus ánimos. Los Apóstoles lo contaron a Tomás, ausente en aquel primer encuentro extraordinario: ¡Sí, el Señor ha cumplido cuanto había anunciado; ha resucitado realmente y nosotros lo hemos visto y tocado! Tomás, sin embargo, permaneció dudoso y perplejo. Cuando, ocho días después, Jesús vino por segunda vez al Cenáculo le dijo: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente!”. La respuesta del apóstol es una conmovedora profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,27-28).

“¡Señor mío y Dios mío!”. Renovemos también nosotros la profesión de fe de Tomás. Como felicitación pascual, este año, he elegido justamente sus palabras, porque la humanidad actual espera de los cristianos un testimonio renovado de la resurrección de Cristo; necesita encontrarlo y poder conocerlo como verdadero Dios y verdadero Hombre. Si en este Apóstol podemos encontrar las dudas y las incertidumbres de muchos cristianos de hoy, los miedos y las desilusiones de innumerables contemporáneos nuestros, con él podemos redescubrir también con renovada convicción la fe en Cristo muerto y resucitado por nosotros. Esta fe, transmitida a lo largo de los siglos por los sucesores de los Apóstoles, continúa, porque el Señor resucitado ya no muere más. Él vive en la Iglesia y la guía firmemente hacia el cumplimiento de su designio eterno de salvación.

Cada uno de nosotros puede ser tentado por la incredulidad de Tomás. El dolor, el mal, las injusticias, la muerte, especialmente cuando afectan a los inocentes —por ejemplo, los niños víctimas de la guerra y del terrorismo, de las enfermedades y del hambre—, ¿no someten quizás nuestra fe a dura prueba? No obstante, justo en estos casos, la incredulidad de Tomás nos resulta paradójicamente útil y preciosa, porque nos ayuda a purificar toda concepción falsa de Dios y nos lleva a descubrir su rostro auténtico: el rostro de un Dios que, en Cristo, ha cargado con las llagas de la humanidad herida. Tomás ha recibido del Señor y, a su vez, ha transmitido a la Iglesia el don de una fe probada por la pasión y muerte de Jesús, y confirmada por el encuentro con Él resucitado. Una fe que estaba casi muerta y ha renacido gracias al contacto con las llagas de Cristo, con las heridas que el Resucitado no ha escondido, sino que ha mostrado y sigue indicándonos en las penas y los sufrimientos de cada ser humano.

“Sus heridas os han curado” (1 P 2,24), éste es el anuncio que Pedro dirigió a los primeros convertidos. Aquellas llagas, que en un primer momento fueron un obstáculo a la fe para Tomás, porque eran signos del aparente fracaso de Jesús; aquellas mismas llagas se han vuelto, en el encuentro con el Resucitado, pruebas de un amor victorioso. Estas llagas que Cristo ha contraído por nuestro amor nos ayudan a entender quién es Dios y a repetir también: “Señor mío y Dios mío”. Sólo un Dios que nos ama hasta cargar con nuestras heridas y nuestro dolor, sobre todo el dolor inocente, es digno de fe.

¡Cuántas heridas, cuánto dolor en el mundo! No faltan calamidades naturales y tragedias humanas que provocan innumerables víctimas e ingentes daños materiales. Pienso en lo que ha ocurrido recientemente en Madagascar, en las Islas Salomón, en América latina y en otras Regiones del mundo. Pienso en el flagelo del hambre, en las enfermedades incurables, en el terrorismo y en los secuestros de personas, en los mil rostros de la violencia —a veces justificada en nombre de la religión—, en el desprecio de la vida y en la violación de los derechos humanos, en la explotación de la persona. Miro con aprensión las condiciones en que se encuentran tantas regiones de África: en el Darfur y en los países cercanos se da una situación humana catastrófica y por desgracia infravalorada; en Kinshasa, en la República Democrática del Congo, los choques y los saqueos de las pasadas semanas hacen temer por el futuro del proceso democrático congoleño y por la reconstrucción del país; en Somalia la reanudación de los combates aleja la perspectiva de la paz y agrava la crisis regional, especialmente por lo que concierne a los desplazamientos de la población y al tráfico de armas; una grave crisis atenaza Zimbabwe, para la cual los Obispos del país, en un reciente documento, han indicado como única vía de superación la oración y el compromiso compartido por el bien común.

Necesitan reconciliación y paz: la población de Timor Este, que se prepara a vivir importantes convocatorias electorales; Sri Lanka, donde sólo una solución negociada pondrá punto final al drama del conflicto que lo ensangrienta; Afganistán, marcado por una creciente inquietud e inestabilidad. En Medio Oriente —junto con señales de esperanza en el diálogo entre Israel y la Autoridad palestina—, por desgracia nada positivo viene de Irak, ensangrentado por continuas matanzas, mientras huyen las poblaciones civiles; en el Líbano el estancamiento de las instituciones políticas pone en peligro el papel que el país está llamado a desempeñar en el área de Medio Oriente e hipoteca gravemente su futuro. No puedo olvidar, por fin, las dificultades que las comunidades cristianas afrontan cotidianamente y el éxodo de los cristianos de aquella Tierra bendita que es la cuna de nuestra fe. A aquellas poblaciones renuevo con afecto mi cercanía espiritual.

Queridos hermanos y hermanas: a través de las llagas de Cristo resucitado podemos ver con ojos de esperanza estos males que afligen a la humanidad. En efecto, resucitando, el Señor no ha quitado el sufrimiento y el mal del mundo, pero los ha vencido en la raíz con la superabundancia de su gracia. A la prepotencia del Mal ha opuesto la omnipotencia de su Amor. Como vía para la paz y la alegría nos ha dejado el Amor que no teme a la Muerte. “Que os améis unos a otros —dijo a los Apóstoles antes de morir— como yo os he amado” (Jn 13,34).

¡Hermanos y hermanas en la fe, que me escucháis desde todas partes de la tierra! Cristo resucitado está vivo entre nosotros, Él es la esperanza de un futuro mejor. Mientras decimos con Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”, resuena en nuestro corazón la palabra dulce pero comprometedora del Señor: “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará” (Jn 12,26). Y también nosotros, unidos a Él, dispuestos a dar la vida por nuestros hermanos (cf. 1 Jn 3,16, nos convertimos en apóstoles de paz, mensajeros de una alegría que no teme el dolor, la alegría de la Resurrección. Que María, Madre de Cristo resucitado, nos obtenga este don pascual. ¡Feliz Pascua a todos!



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abril 08, 2007

JUAN PABLO II AMIGO DE LOS JÓVENES


TU ERES MI ESPERANZA.

El próximo 2 de Abril conmemoraremos 2 años de la partida de Juan Pablo II a la Casa del Padre, y también se hará la Sesión de Clausura de la parte diocesana sobre la vida y virtudes de este querido papa, justamente un Lunes Santo; recordemos que él murió en las vísperas de la Fiesta de la Misericordia Divina y dentro de la Octava. Pero, ¿qué herencia nos deja Juan Pablo II a los jóvenes?

Juan Pablo II fue un hombre siempre preocupado por las necesidades humanas, y optimista por el futuro, y no solo eso, sino que centraba sus ideas en los jóvenes, al llamarnos “la esperanza de la Iglesia,”, “el futuro” porque es en nosotros en quienes recae la responsabilidad de crear un mundo mejor, que cada uno de nosotros, independientemente del oficio al que nos dediquemos, mediante el servicio a Dios y a los demás.

Él creó para los jóvenes las Jornadas Mundiales de la Juventud, en el año de 1986 en la Ciudad de Roma, en un Domingo de Ramos. También instituyó el uso de una Cruz para que peregrinara por el mundo. Pero yo me pregunto ¿para qué creó todo esto?

De manera personal he de afirmar que, habiéndose dado cuenta de los problemas de este mundo y que principalmente a los jóvenes nos aquejaban, buscó la manera de llegar a cada corazón joven para que prevaleciera ese Dios Vivo, ese Dios que es Amor en su totalidad, ese Dios que escucha y comprende.

Hace 2 años pudimos leer y escuchar el testamento que este querido Papa había dejado, pero no solo es esto lo que nos deja, sino en cada uno de nosotros los jóvenes, los cuales, me atrevo a decir, solo habíamos conocido a un Papa: Juan Pablo II, esa sensación de luchar por medio del amor, ese espíritu de lucha ante la adversidad; de esto último tenemos bastantes ejemplos para citar, ante las enfermedades nunca se dejó vencer, hacía viajes que sus médicos y su equipo de trabajo trataban de disuadir e inclusive en su última presentación en público intentó hablar.

Fue un papa que buscaba a los jóvenes y los encontró, reía con ellos, bromeaba, cantaba, disfrutaba de su compañía y no por nada nos llamó “su esperanza” ya que en nosotros recae una nueva conciencia hacia lo mejor

Por naturaleza siempre somos impetuosos, con gran sed de cambio, cualquier cosa nos ilusiona y en algunas ocasiones nos dejamos llevar por lo que los demás nos digan, y eso siempre fue una preocupación de nuestro querido Papa, de que dadas estas situaciones dejáramos a un lado lo verdaderamente importante, que no cediéramos ante las modas que muchas veces son impuestas sin querer. Deseaba crear una conciencia real y humana en cada uno de nosotros. Fue como un Gran Padre para la humanidad.

Hay muchas personas que se dicen influenciadas por las ideas de este Papa, como por ejemplo, a muchos les sirvieron sus palabras para dar un sí al Señor; otros afirman que les ha ayudado a tomar decisiones sobre cosas que pasan en sus vidas, como salvarse a sí mismos ante un suicido u otras cosas.

En fin, te podría decir qué tanto ha influido en mí, pero prefiero contártelo en otra ocasión para no aburrirte, quizá a ti no te ha causado ninguna impresión o no ha influido en tu vida, pero recuerda que siempre sus mensajes, libros, entre otras cosas siempre estarán allí, sin importar lo que pase y que en un futuro pueden servirte.

Pero te pido que en esta Semana Santa pienses en este personaje tan importante para la Historia Universal, que eleves una oración para que pronto podamos verlo en los altares y que te encomiendes a él, que sea esa inspiración para que lleves días realmente de cambio, de reflexión. Recuerda que hace dos años Juan Pablo II no asistió al Vía Crucis del Coliseo, y en aquella ocasión envió un mensaje a los fieles: “Asimismo, me siento cerca de los que, en este momento, se encuentran probados por el sufrimiento. Pido por cada uno de ellos.
En este día, memorial de Cristo crucificado, contemplo y adoro con vosotros la cruz y repito las palabras de la liturgia: “O crux, ave spes unica!",(…) danos paciencia y valentía, y obtén la paz para el mundo!”

Recuerda que nosotros escribimos este hoy, este futuro, y en cada uno de nosotros debe recaer la responsabilidad de hacer un futuro mejor, de no decaer en la fe y que sea la fuerza que necesitamos para vencer cuanta adversidad se presente en nuestra vida. Es por ello que somos esa esperanza.

Para finalizar, deseo dejarte un fragmento de su testamento, el cual, en lo personal, es muy conmovedor:

“Quiero seguirle y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrenal me prepare a este momento. No sé cuando llegará, pero como todo, también deposito este momento en las manos de la Madre de mi Maestro: Totus Tuus. En sus manos maternas lo dejo todo y a todos aquellos con quienes me ha ligado mi vida y mi vocación. En esas manos dejo sobre todo a la Iglesia y también a mi nación y a toda la humanidad. A todos doy las gracias. A todos pido perdón. Pido también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad y mi indignidad”.

¿QUIERES VIVIR UNAS VACACIONES DIFERENTES?


¿QUIERES VIVIR UNAS VACACIONES DIFERENTES?


¿Tú qué harás la próxima Semana Santa? Estamos dentro del periodo de Cuaresma, y dentro de poco será Semana Santa, un tiempo para muchos de vacaciones, de descanso, de aventura extrema; en cambio, para otros será un tiempo de meditación, de duelo, de tradiciones. Mas sin embargo, existen en el mundo un grupo de personas que sacrifican esta temporada para ir a comunidades distantes, diferentes, para llevar a Jesús a aquellos que no le conocen aún. Ejemplo claro de esto son algunos grupos pertenecientes al Movimiento Regnum Christi, como lo son Juventud Misionera, Familia Misionera, Color Misionero y Fuego Misionero. Nos centraremos en Juventud Misionera y su Megamisión 2007, y para esto, contactamos a Gonzalo Hernández De la Torre, Coordinador de Apostolados de la Sección de Jóvenes de Puebla del Regnum Christi para que nos explicara un poco más sobre el tema y su adhesión a la Iglesia de Puebla.

HISTORIA Y OBJETIVOS.

Juventud Misionera es un apostolado que se dedica a ir de misiones, para llevar la Palabra de Dios a diferentes grupos de la sociedad tanto en la zona urbana como en la foránea. Un dato curioso es que cambian de nombre conforme la época en la que realizan su labor, como por ejemplo, en la Semana Santa se denominan Megamisión o 5 x 5, que es un proyecto de visitar por 5 días 5 veces al año a una comunidad de la cuidad de Puebla; o bien participar en las misiones de Septiembre, Diciembre o Verano. Otro proyecto es Juventud Misionera Internacional, de la cual Puebla tiene la experiencia de jóvenes que han ido a Croacia y a El Salvador. Este movimiento de misioneros nació en Cotija Michoacán en el año de 1986 con 100 jóvenes, pero a Puebla llegó a principios de los 90s, con no más de 10 miembros, pero ha ido creciendo a lo largo de este tiempo, logrando que en cada Megamisión vayan de 100 a 150 jóvenes. Sus objetivos al día de hoy, son:
• Dar a conocer a Cristo.
• Formar personas en el apostolado de manera activa.
• Lograr crecer como persona al vivir a Cristo.

Entre otros. Su logotipo es muy simple, es la cruz del báculo del Papa con un fondo de colores, pero estos varían de acuerdo al apostolado, pero como tal, nos refiere el coordinador, no tiene un significado, sino indica un gran celo apostólico y obediencia al Papa, a los Obispos y a los Párrocos.

PROYECTOS PRÓXIMOS.

El proyecto próximo a desarrollar por este grupo es la Megamisión 2007, que es definida así: “Predicamos el Evangelio en comunidades rurales y urbanas. Ayudamos a las personas espiritualmente y también les ofrecemos asistencia sanitaria, educativa u otras obras de caridad cristiana. Con nuestra actividad promovemos de modo particular la vida sacramental de las personas”. Por lo general se busca ir a un lugar alejado del núcleo urbano, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Antes y después de la Megamisión, se reúnen los cercanos a la Ciudad de México a una misa: de inicio en la Basílica de Guadalupe el Domingo de Ramos donde se imponen las cruces a cada misionero, y el Domingo de Resurrección, la misa de clausura en la Universidad Anáhuac.

Con respecto a los lugares que visitan, existe una Oficina Central que deciden qué comunidades pueden recibir a los misioneros y los lugares que no pueden, no son descartados, sino que se nombra a un equipo para que auxilie en esa comunidad. Además, la decisión de qué lugares visitarán se toma en cuenta las necesidades del pueblo, permiso del Obispo y de los Párrocos, tamaño del pueblo, situaciones con otros grupos etc.

ANTES DE LA MEGAMISIÓN.

Antes de la Megamisión, se hacen varias jornadas de capacitación (4) donde se profundizan los contenidos fundamentales de la fe y se organiza la logística, se preparan recursos de catequesis y ayudas materiales.

Para las personas interesadas en participar en las Megamisiones, deberán cumplir ciertos requisitos, los cuales son:

• Asistir a las 4 sesiones de capacitación.
• Pagar su cuota, que depende del lugar a donde vayan y el número de misioneros que visitan. Esta cuota incluye transporte de ida y vuelta y el kit misionero, que contiene una playera, un paliacate rojo, la cruz para el pecho, un morral, el Evangelio, cromos y Rosarios para regalar, calcomanías para las puertas.
• Estar conciente de las normas a las que se someterá la persona como no fumar, no decir malas palabras, obedecer las indicaciones como la hora de levantarse y acostarse y tener buena disposición.
• Estar entre los 16 y 26 años para Juventud Misionera. Dada esta situación, se crearon Color Misionero para niños y Fuego Misionero para niñas.

Juventud Misionera no es mixto, por una parte van los varones y por otro las señoritas; según el coordinador de este grupo, es para dar una mayor eficacia a la misión, “consideramos que bajo la metodología del Movimiento, que trabajar hombres y mujeres por separado es propicio para que trabajen mejor en la megamisión”. Además no se requiere un nivel de estudios ya que solo es necesaria la entrega y disposición al ser un acto de caridad.

DURANTE LA MEGAMISIÓN.

Existen diversas actividades que se realizan durante la megamisión, las cuales varían de acuerdo a la situación peculiar de cada lugar y la gente con la que se trabaje, por ejemplo, con niños, se realizan actividades de juego, canto, dinámicas etc., con los jóvenes y los adultos se realizan pláticas de evangelización, de noviazgo, matrimonio, sacramentos entre otras. Muchas veces se topan con personas con bastantes dudas por lo cual un sacerdote asesora a los misioneros para responder a posibles dudas.

Llegando a la comunidad, se dividen en equipos y cada uno es asignado a una comunidad, y cada equipo desarrolla actividades de formación integral para niños y adultos; durante las mañanas se visita casa por casa para ver cómo están en cuestiones sacramentales, si han tenido ataques de otras sectas, meterse en el núcleo familiar para saber cómo están.

Cabe mencionar que participan activamente en todas las actividades de Semana Santa, su coordinador comenta al respecto: “como las comunidades a las que vamos muchas veces están muy lejos de la Parroquia, hay ocasiones en que te tienes que subir a un caballo o a un burro y estar 2 horas montado, para llegar a la comunidad que está en un cerro o tomar una lanchita que nos lleva a una comunidad que está en una isla. Allí tienes que vivir la Semana Santa, ya que los misioneros se encargan de que vivan estas celebraciones”

La gente recibe a los misioneros con mucha alegría, encantada desde el arribo, ya que “el misionero tiene la instrucción: te bajas del camión, ya uniformado, te acercas a las familias y les preguntas ¿cómo están?”

Algunas cosas que aprenden a valorar los misioneros en la Megamisión son la familia, las comodidades que una casa puede ofrecerte, como baño, cama, ropa, medios de comunicación, son privados de la pereza, entre otras.

Después de la Megamisión las y los misioneros ponen en manos de Dios los frutos de su trabajo y a Él encomiendan a las personas que han puesto en su camino.

CONTACTO.

Una promesa que da esta agrupación a las y los misioneros es que deja a cada uno de ellos “con ganas de sentir a Cristo, de tenerlo más, ya que no te sacas del corazón ni de la cabeza a Cristo”

Si te interesa vivir la experiencia de participar en estas misiones, no dudes en ponerte en contacto:

Centro de Reflexión y Espiritualidad Latinoamericana (CREL)
Calle Matamoros # 43 Col. La Paz, Puebla, Pue.
Tels.: 226-53-73 ó 225-07-78
Web: www.demisiones.com

Allí te darán amplia información.