marzo 22, 2008

VIERNES SANTO.


Autor: P. Octavio Ortíz Fuente: es.catholic.net

Viernes Santo
Primera: Is 52, 13- 53,12; Salmo 30; Segunda: Hb 4-14-16; 5, 7-9; Evangelio: Jn 18, 1-19, 42

Sugerencias pastorales
1. El cumplimiento de la propia misión en el amor. La contemplación de Cristo muerto en cruz nos confunde, pero al mismo tiempo nos adentra en el amor y en el sentido de la propia existencia. Mi vida vale el cuerpo y la sangre del Hijo de Dios; mi vida ha sido objeto del increíble amor del Padre de las misericordias. Por eso, mi vida tiene un valor en la historia de la salvación. Como cristiano he sido injertado en el misterio de Cristo y voy reproduciendo día a día los misterios de Cristo, como diría san Juan Eudes:
"El Hijo de Dios quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, oculta con él en Dios. Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él".
Así pues, injertados en Cristo, por el bautismo, vamos reproduciendo con nuestra vida su misterio, vamos completando en nosotros lo que falta a la pasión de Cristo. ¡Que nadie se sienta excluido! ¡Que todos hoy perciban el valor de su vida cristiana escondida con Cristo en Dios! La contemplación de la cruz debe ponernos nuevamente en pie y por los caminos de la misión. Cristo en cruz me ha asociado a su misterio de cruz y a su gloriosa resurrección.
2. El abandono en la voluntad de Dios. Este día nos ofrece la ocasión de renovar nuestra incondicional adhesión a la voluntad de Dios, aunque esta voluntad me exija desprendimiento y sacrificio. George Bernanos en una página célebre de su "diálogo de las carmelitas" hace exclamar a la madre María de la Encarnación:
Una sola cosa importa,
y es que valientes o cobardes,
nos hallemos, siempre,
en donde Dios nos quiere,
fiándonos del Él para el resto.
Sí, no hay otro remedio para el miedo
que arrojarse ciegamente en la voluntad de Dios,
a la manera que un ciervo perseguido por los perros, s
e arroja en el agua fresca y negra.
(Madre María de la Encarnación a Sor Blanca).

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