Ante esta situación nosotros, como jóvenes de Cristo, no debemos sentir vergüenza de ser sus seguidores (así como no nos da vergüenza llevar la playera y ser de la porra de un equipo de fútbol o de algún grupo musical o cantante), de seguir los preceptos en todo momento y lugar. No debemos sentir pena de vivir y compartir la alegría de la Pascua, de la Resurrección de Aquel que es nuestro amigo y compañero.
Debemos transmitir esa alegría, esa noticia de que Cristo, el día de hoy, sigue entre nosotros, camina entre nosotros y nos pide que lo sigamos, que tomemos conciencia de cómo podemos hacer este mundo mejor, de ayudar a quienes lo necesiten, de visitar a los familiares y amigos que no hemos frecuentado en tiempo, de ver por los enfermos, los ancianos, la gente que sufre por distintas tribulaciones, de actuar y ser los verdaderos héroes que el mundo necesita. Llevemos a Cristo a quien más lo necesite, porque Él nos considera a todos por igual, y aún hay personas que no lo conocen o lo conocen muy poco y que están deseosas de ver una luz, de sentirse queridos y cobijados por Aquel que resucitó.
No tengamos miedo de dar testimonio, de predicar la Buena Nueva, como los primeros discípulos, pero creamos lo que predicamos, y sobre todo lo que testimoniamos, que sea algo puro, que salga de nuestro corazón y que no sea buscando el reconocimiento público, como lamentablemente muchos suelen hacer. Seamos humildes, mansos y limpios de alma y corazón.
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